Comunidades digitales: reingeniería democrática


La idea de que las administraciones son plataformas de gestión compartida y los gobiernos espacios de transparencia, participación y colaboración resulta, sin duda, mucho más atractiva que la de la organización burocrática centralizada enunciada a mediados del siglo XIX por Max Weber. Lo es no sólo por su presunta superioridad en términos de eficacia sino, ante todo, por su mayor legitimidad social. Sería extraño que no nos sedujera un lugar donde ciudadanos, empresas y responsables institucionales cooperasen entre sí para ofrecer cada día más y mejores servicios a la sociedad.

Sin embargo, y a diferencia del modelo de Estado cerrado y fuertemente jerarquizado que todavía rige en buena parte del planeta, el llamado Open Government requiere de un factor aún mucho más complejo que el mero monopolio del poder: la coordinación de fuerzas y actores verdaderamente plurales, activos y preparados para intervenir en las políticas públicas.

“No podemos ser nada sin jugar a serlo”, dejó escrito Jean-Paul Sartre. Y, ciertamente, ni la administración más cristalina y abierta superaría el trance de no tener quien la sostenga. O, con otras palabras: no hay buen gobierno sin buenos ciudadanos (ORTIZ DE ZÁRATE, Alberto. 2006).

El problema es, con todo, bastante más profundo. Por un lado, muchas agencias, entidades y organismos oficiales se resisten una y otra vez a iniciar los procesos de reingeniería democrática que les exigen los nuevos tiempos. Sus directivos y empleados son, sin duda, víctimas más de la inercia y del temor al fracaso que de un terrible e inconfesable amor por la opacidad. Pero desdeñan, en líneas generales, el concepto propiamente “Open” de que fuera de los muros administrativos hay millones de anónimos “expertos” esperando una simple invitación para aportar soluciones mucho más potentes y sencillas que las propias.


“Basta con mirar alrededor de esta sala para descubrir que la capacidad y la inteligencia se encuentran ampliamente distribuidas en la sociedad y que no se limitan a nuestras instituciones” (NOVECK, Beth. 2012).
La brecha democrática. De la representación a la participación

Por otro lado, parece cada vez más acusada la incapacidad de las estructuras de representación y participación convencionales (como los partidos políticos o determinadas agrupaciones profesionales), de organizar y, menos aún, de encabezar las aspiraciones de capas de la sociedad progresivamente más amplias.

La degradación de la propia actividad pública – para muchos representada en forma de corrupción política, nepotismo y alineamiento de aquélla con los grandes poderes económicos – justifica en parte dicho distanciamiento. Pero no explica en exclusiva la brecha actual entre gobiernos y gobernados.


“Lo que realmente está cambiando es el espacio público donde la sociedad delibera, construye sus percepciones y decisiones. Ese espacio, que fue construido en torno al Estado nación democrático en un momento en que el centro del mundo era el Estado, ha sido erosionado en su capacidad de representación por la globalización, por la construcción de identidades en las que la gente se reconoce y que no coinciden necesariamente con su ciudadanía” (CASTELLS, Manuel. 2012).

Internet, en este sentido, ha sido igualmente determinante. Con él, a lo largo de las dos últimas décadas, se han producido cambios de tal alcance en nuestra forma de vivir, de trabajar y de relacionarnos que, a la fuerza, han impactado también en la manera en que la sociedad percibe su propio papel democrático.


Es evidente, por ejemplo, que para quienes desde su casa acceden hoy a millones y millones de informaciones de forma inmediata, individual y anónima gracias a la Red, el hecho de delegar una opinión, un voto o una decisión en actores y organizaciones “ajenas” empieza a resultar, cuanto menos, incomprensible; lo es, sobre todo, en un mundo y en un siglo donde cualquiera puede crear directamente sus propios contenidos y compartir libremente con personas del otro hemisferio sencillos comentarios o poderosas herramientas de trabajo y de colaboración elaboradas de manera altruista -o no- por terceros.

Lo que se constata es, por tanto, una crisis de representación democrática y no tanto de participación.
Comunidades digitales: herramientas de construcción masiva

De hecho, es de este contexto social y tecnológico -por sí mismo revolucionario- del que han comenzado a surgir por todos los rincones del planeta grupos de ciudadanos, profesionales y gestores de los ámbitos público y privado cada vez más concienciados de su papel transformador.

Estas comunidades digitales, asociadas indisolublemente al denominado ciberactivismo (DE LA CUEVA, Javier. 2011), están en muchos casos a la vanguardia de las tareas de modernización pública y de difusión del Gobierno Abierto. Y están, en buena medida, por su propia naturaleza social y su carácter expeditivo:
tienen autoestima social alta y vocación organizativa y/o de auditoría; 
no necesitan de grandes plataformas y recursos para desarrollar sus estrategias; 
no se organizan de forma estrictamente jerárquica ni duradera, frente a la lealtad incondicional y ordenada de las organizaciones clásicas; 
sus miembros comparten intereses pero proceden de entornos múltiples y diversos; 
se organizan, fundamentalmente, a través de Internet; 
su horizonte de trabajo no está limitado por fronteras geográficas, económicas, sociales o idiomáticas, por citar algunas; 
operan a través de la creatividad, la colaboración espontánea y el aprendizaje compartido (SANZ MARTOS, Sandra. 2012); 
apuestan por la participación directa y el trabajo en línea; 
se movilizan mediante acciones puntuales y consensuadas; 
orientan sus esfuerzos hacia objetivos altamente especializados. 

Tales comunidades están llamadas, a semejanza de sus equivalentes en el ámbito comercial, a promover múltiples y cada vez más frecuentes acciones de cocreación de contenidos, cooperación en masa (crowdsourcing) y microfinanciación de proyectos (crowdfunding) para alcanzar sus objetivos de Gobernanza global.
El excedente cognitivo… y público

En esencia, lo que permite su activismo es lo que Clay Shirky denomina el “excedente cognitivo”, es decir, un superávit de capacidades y conocimientos del que podemos disponer para crear cosas y que se multiplica mediante la utilización intensiva de las redes sociales (RAMÍREZ-ALUJAS, Álvaro. 2012).

En España, en el ámbito de la apertura de la información del sector público u Open Data –que alimenta el principio de transparencia sobre el que descansa el concepto de Gobierno Abierto- hay ya algunas campañas de especial interés:
Adopta un senador, impulsada en septiembre de 2011 para transcribir a formatos abiertos y tratables mediante aplicaciones de análisis de datos (como una sencilla hoja de Excel) las declaraciones de bienes de los diputados y senadores españoles publicadas originalmente como archivos de imagen PDF; 
España en llamas, lanzada desde la Fundación Ciudadana Civio para recoger toda la información disponible sobre incendios forestales y apoyar el estudio de sus causas y de sus consecuencias medioambientales, sociales e, incluso, penales (sentencias judiciales); 
#adoptaunaplaya, desarrollada por el grupo de trabajo #opendatasev para recopilar, con la ayuda de personas anónimas, las mediciones sobre calidad de las aguas de baño de nuestro país e integrarlas con fines comerciales y no comerciales en un conjunto de datos reutilizable por cualquiera. 
Cooperación evolutiva y gobiernos en red

Más allá de estos pequeños ejemplos, lo que parece haberse desencadenado gracias a Internet es una suerte de cooperación evolutiva (AXELROD, Robert. 1984) a escala global. Según ésta, los individuos no sólo no compiten sino que colaboran más intensamente –también en la esfera de la gestión pública- cuando se descubren enfrentados ante un mismo reto y con idénticas fuerzas:
de forma incluso inconsciente e irracional; 
sin necesidad de más comunicación que sus propios actos; 
impulsados no tanto por la confianza sino por la reciprocidad; 
por causas también egoístas; 
al margen de toda autoridad central, mediante el control y la vigilancia mutua. 

En ese escenario de supervivencia compartida, las Tecnologías de la Información y de la Comunicaciones (TIC) han venido a cubrir con su potencial movilizador los espacios borrosos y aparentemente inmóviles que separaban y dividían a millones de personas entre sí. El nuevo grial de las redes sociales se encuentra en el eje de fenómenos tan apasionantes y novedosos como la elaboración bajo metodología “wiki” de la nueva Constitución islandesa o los trabajos de Usahidi para cartografiar las crisis humanitarias con Twitter y con mensajes de móvil.

Como recuerda Fernando Polo, las herramientas sociales ofrecen dos enfoques radicalmente disruptivos en la gestión de cualquier proyecto, privado o público, a través de las comunidades digitales:
Productividad fruto de la pasión: se reducen intermediarios y la centralización de los equipos de trabajo. La experiencia sigue siendo un grado pero el acceso a la información es más universal. A cambio, se exige mayor involucración de las personas. 
Innovación social: desde la transmisión del conocimiento hasta su consolidación a partir de procesos no lineales ni simétricos en el tiempo. Las plataformas 2.0 potencian las relaciones y se convierten, gracias a ello, en facilitadoras de la innovación. 

Hay otros mundos, pero están en éste, profetizó Paul Éluard. El reto es, precisamente, hacer que esos mundos cooperen entre sí y que lo hagan, además, en un contexto socioeconómico mucho más poliédrico y particularizado –no más individualista- que aquel para el que se diseñaron nuestros gobiernos. Por ejemplo, a través de esas comunidades digitales.

Internet ha creado las condiciones necesarias para ello. Sólo falta que nuestras administraciones se atrevan a abrir sus puertas. La transparencia, la colaboración y la participación llegarán solas.

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